viernes, 28 de diciembre de 2007

El maletín (2)

Gorbachov


Ante mí, más allá del párking y del cuerpo muerto de mi maletero, aparece una puerta cubierta de cuero rojo, desgastada y maloliente. Las luces de neón sobre la entrada parecen arder como pequeñas antorchas rojas, punzantes en unos ojos tan cansados como los míos. Son las 3 de la madrugada, no es una buena hora para salir a trabajar.

Por un instante siento un leve mareo y me viene la extraña sensación de estar esperando meses para entrar en el club. Es extraño, pero me recupero pronto. Ahora toca ser rápido, toca ser audaz. Toca ser yo mismo.

A través de la puerta el perfume barato de las prostitutas y el olor sucio a sudor de sus clientes me despierta un fuerte sentimiento de repugnancia. Eso es bastante bueno; el asco a veces llega al odio, y el odio, a evitar que piense demasiado las cosas. Cuando uno es un animal de instintos, todo sale mejor cuanto menos se plantea la situación.

En la recepción, justo antes de la sala donde se vende la carne, un tipo encorbado y con smoking gastado cuenta la caja del día. No es demasiado mayor, pero una gran calva, cubierta con tres largos pelos, ocupa toda la atención que se le pueda conceder. Casi mejor, la mayoría de gente obviará la mancha entre blanca y grisacea que tiene cerca del bolsillo de la chaqueta.

Por ahora sigo el plan y me acerco a él, despacio, observando todas las condiciones del lugar. Me enciendo otro pitillo en el momento que toco la campanilla delante suyo.

Levanta la mirada con mala cara, tomándose mi acto como algo provocador. Justo lo que quería.

- ¿Qué?

- "¿Desea algo el caballero?"

- ¿Cómo?

- Esas no son maneras de atender a un cliente. Un "desea algo el caballero" sería adecuado. ¿No sigues ningún tipo de protocolo en éste antro?

Al soltar la última sílaba le echo todo el humo acumulado en la cara. Se ha puesto nervioso, incómodo. Todavía sé intimidar a pesar de los años. Diablos, como me encanta.

Antes de darle oportunidad de hablar, me adelanto.

- Tengo una reserva.

- Aquí no hacemos reservas.

- Pues yo tengo una, Gorbachov. Mira a ver si tienes apuntado por ahí el nombre de Víctor Vega.

El recepcionista tose al no poder tragar bien la saliva. Acaba de caer en quien soy y en lo que es aún más preocupante, lo que vengo dispuesto a hacer.

- Lo, lo siento, no me dí cuenta que....

- Tranquilízate capullo, o al final caerán más pájaros de los necesarios. ¿Dónde está?

- En, en el bar... Se suele sentar al final, a la derecha, al lado de ese estúpido maletín.

- Tan estúpido como un fajo de billetes en una isla desierta.

Le sonrío y le dejo un par de billetes encima de la mesa.

Al fondo, una pequeña puerta de va y ven me separa del bar. Ahí me espera aquel gordo sudoroso. Al menos era un gordo sudoroso la última vez que lo ví.

Siento a mi nena debajo de la gabardina. Tengo el presentimiento de que no soy el único que la sentirá ésta noche...

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